La Ruta del Califato de El Legado Andalusi une las ciudades de Córdoba y Granada atravesando tierras de Jaén. El itinerario discurre por una bella y fértil campiña y une numerosos pueblos con un amplio patrimonio monumental y artístico y parajes que fueron testigos de la relación en paz y en conflicto entre los reinos musulmanes y cristianos.
Engarza alcazabas, castillos, fortalezas en parte árabes y en parte cristianas asomadas desde las cimas de las montañas. El viajero podrá admirar, además, los bellos y accidentados paisajes del Parque Natural de las Sierras Subbéticas cordobesas. En este entorno encontramos fuertes y agrestes pendientes junto con praderas y riberas donde realizar tranquilas excursiones siguiendo antiguos senderos.
Este camino que une las capitales del al-Andalus califal y nazarí -Córdoba y Granada- fue uno de los más transitados en la Península Ibérica durante la Edad Media, lo recorrieron mercaderes venidos de todo el mundo conocido que abastecían y comerciaban con estos importantes núcleos de población; fue también el camino del saber, de las ciencias y de las artes.
Córdoba fue la capital de la sabiduría del Occidente musulmán durante el período califal. Era una de las ciudades más adelantadas de su tiempo, y según escribión CH. E. Dufourq: "En ningún momento, ni Roma ni París, las ciudades más pobladas del Occidente medieval cristiano, se acercaron siquiera al esplendor de Córdoba, el mayor núcleo urbano de la Europa medieval".
Con este recuerdo, la Ruta del Califato pretende fortalecer un nexo de unión entre las tres provincias por las que discurre -Córdoba, Jaén y Granada- y quiere actuar como motor de desarrollo de las poblaciones y zonas que la componen. La capital nazarí, Granada, y la Alhambra, la más preciada joya de la arquitectura hispano-musulmana, son el punto final de esta Ruta.
Los asentamientos de distintas civilizaciones, y su antigüedad remota, confieren a Granada el carácter de crisol cultural que es perceptible en los numerosos monumentos de distintas épocas históricas. El refinado espíritu andalusí, patente en las manifestaciones arquitectónicas y jardines de la época, el lenguaje de las piedras de los monumentos renacentistas y la aparente fragilidad del gótico flamígero, conforman un espacio poliédrico que acaba siempre cautivando al viajero.